Nadie vive una fe perfecta e inmutable, hay situaciones en que la duda nos afecta más de lo que pensamos. Cuando sucede esto, significa que aunque hoy estemos fluctuando y
no sea fácil, la fe puede crecer con el propósito de hacernos más fuertes de lo
que creíamos.
En Marcos
9:14-24 podemos leer y en específico en el versículo 24 que el padre
del endemoniado estaba consciente de la duda que tenía, aunque le dijo, “creo”,
él tuvo que pedirle a Jesús ayuda para vencer su incredulidad.
Juan el Bautista, a quien
Jesucristo llamó el hombre más grande que ha nacido (Mateo
11:11), una vez expresó duda acerca de la identidad misma de Cristo (Mateo
11:3). Él preguntó y Jesús le mandó a responder.
A veces queremos todas las
respuestas y podemos hacerle infinidad de preguntas que exteriorizan nuestras
dudas, lo cierto es que aunque es válido preguntarle, también hay momentos que
tenemos que aprender a vivir con el misterio, comprendiendo que hay tiempos
para descansar y tener confianza en Dios.
Si estamos parados en una
transición de lucha con la duda, no tanto del problema en sí que podríamos
estar pasando, si no de querer creer pero las circunstancias nos hacen frente,
entonces estamos en buen camino, porque esta transición nos llevará a una
convicción, que implantará en nuestro corazón una fe perfecta, que como
resultado será pensada y hablada revirtiendo la duda y que nos convertirá en
victoriosos, esta fe perfecta viene de una decisión que tomamos en lo más
agónico de las pruebas, la cual es honrada, porque viene de Dios.
- Entregar toda duda, toda carga en oración a Dios (Salmos 55:22, Mateo 11:28-30)
- La lectura diaria de la biblia incrementará la fe (Romanos 10:17)
- Declarar palabras de bien y no de mal, sobre todo declarar las Escrituras (Proverbios18:21)
- Buscar ayuda con un líder espiritual (Gálatas 6:2)
Oremos:
Padre, en el nombre de tu hijo
amado Jesucristo, te pido perdón por mis dudas y mis quejas, sé que no hay
poder más grande que el tuyo. Quiero entregarte todas las cargas que me han
traído dudas, tomo en su lugar el yugo de Jesucristo que es fácil y ligero de
llevar, declaro con mi boca que tengo la mente de Cristo (1
Corintios 2:16), que a partir de este día me irá bien, porque tú eres
quien me lleva de su mano y me dices, no temas, yo te ayudo, gracias por
hacerme victorioso y amarme tanto, me has hecho libre del temor. Gracias Señor,
amén.
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